Es posible que la primera vez que cualquier persona escuche el término slow food se imagine a un comensal degustando los alimentos que tiene ante sí muy lentamente, deleitándose con cada uno de los matices que hay en sus sabores.
Sin embargo, el fenómeno slow food va mucho más allá, puesto que se fundamenta en la promoción de los productos locales o de kilómetro cero, en el respeto por el medio ambiente, en una agricultura justa y sostenible y, claro está, en el placer que provoca disfrutar de los alimentos de un modo pausado y alejado del fenómeno contrario que tanto ha proliferado en las últimas décadas: el fast food. Es decir, muchos de los principios en los que basamos el modelo de Integrana.
Alimentos de calidad y cercanía
Los grandes protagonistas del slow food son los alimentos que vamos a comer. Y estos han de ser productos de calidad y ecológicos. Además, su procedencia debe ser lo más cercana posible, ya que esta tendencia apuesta por una alimentación local o de kilómetro cero.
En cierto modo es una vuelta a los orígenes, a comer los alimentos de temporada y correspondientes a cada estación, y a volver a apreciar toda la intensidad de su sabor y la frescura que supone evitar grandes desplazamientos.
Agricultura justa y sostenible
El segundo pilar sobre el que se sustenta el slow food tiene que ver mucho con el anterior. Y es que para obtener ese tipo de alimentos es necesario apoyar una agricultura local, justa y sostenible, alejándose de los modelos intensivos y contaminantes.
El consumo de productos locales, además de ser un placer para el paladar, evita la huella de carbono que deja el transporte de alimentos que se traen desde otra parte del globo. Es por ello que la cocina del slow food es de temporada.

A fin de cuentas, si no es época de melón, esta fruta no formará parte del menú, ya que supone transportarla desde lugares muy lejanos. Eso siempre y cuando se quiera comer melón fresco, ya que gracias a la liofilización, sí que es posible comer melón local en cualquier momento del año.
Por otra parte, el apoyo a la agricultura local no solo tiene como objetivo disfrutar de productos de cercanía o evitar la degradación del medio ambiente, sino que también busca apoyar a los propios agricultores, que en muchas ocasiones sufren las consecuencias de la globalización. Así pues, el slow food protege una agricultura justa, alejada del modelo de producción imperante donde esos pequeños agricultores encuentran serias dificultades para salir adelante o para salvaguardar la venta de toda su producción.
Y… ¡a disfrutar!
En cuanto a la tercera pata sobre la que se sustenta el slow food, esta no es otra que el placer de disfrutar de los sabores y texturas de la comida, sin prisas y educando al paladar para que note todos los matices de una cocina realizada a partir de productos de calidad.
En muchas ocasiones, nuestros apresurados ritmos de vida nos impiden experimentar con todos los sentidos la sensación tan placentera que para el organismo supone el simple hecho de comer. Por ello, es hora de darle la importancia que se merece, optando por alimentos ecológicos de calidad y alejándose de los que están ultraprocesados, incluyen transgénicos y son poco nutritivos.
En definitiva, el slow food supone devolver a nuestra alimentación y nuestro entorno (agricultores, locales de restauración de kilómetro cero, tiendas ecológicas…) la importancia que realmente tienen y que en ocasiones tendemos a olvidar.