“Los superalimentos de la cuarentena”, “top 10 de alimentos saludables”, “los mejores fabricantes de superalimentos”… Si eres una persona que cuida su alimentación, seguramente estas primeras líneas hayan llamado tu atención. Y es que, pese a no ser una noción novedosa como lo veremos más adelante, los superalimentos se han extendido tan rápidamente en nuestro día a día que actualmente forman parte de la mayoría de las listas de la compra.
Ya sean productos novedosos con nombres exóticos –como el kale, las bayas de Goji, el açai o la espirulina– o más cercanos y conocidos –como la granada o el cacao-, los superalimentos siguen marcando las tendencias de consumo en 2020, por lo que los fabricantes de alimentos continúan ampliando y diversificando su gama de productos derivados a base de estos.
Los consumimos, nos gustan y nos hacen sentir bien. Pero ¿por qué? ¿Qué nos aportan estos superalimentos? ¿Existen realmente o es todo un elaborado truco de marketing?
Forjando un “supermito”
Antes de definir qué es un superalimento, echemos un vistazo a la historia de este producto. ¿Cuándo apareció en el mercado el primer superalimento? (Spoiler alert) No es tan reciente como cabría esperar.
Año 1917. La expansión de la logística transoceánica y el transporte ferroviario hacen que el cultivo y las importaciones de frutas exóticas se vuelvan cada vez más corrientes. Con el objetivo de desmarcarse de sus competidores, la United Fruit Company lanza al mercado una agresiva campaña de marketing en torno a la banana –que recoge testimonios de médicos y nutricionistas- para reinventar esta fruta como el primer superalimento. Titulada “Food Value of the Banana”, la serie de panfletos cuenta con el apoyo de la prestigiosa American Medical Association, que asegura que la banana “está sellada por la naturaleza en envases prácticamente libres de gérmenes y a prueba de gérmenes”.
Con semejante respaldo científico, era solo cuestión de tiempo que los científicos se interesaran por esta “superfruta”. Así, en 1924, el Dr. Haas administra una dieta a base de bananas y leche a niños con trastornos celiacos y ¡milagro! los síntomas remiten y los niños ganan peso y altura. Si hoy sabemos que, con toda probabilidad, la mejoría observada se debiera a la ausencia de gluten en la dieta, en aquella época se desconocía el papel del gluten en las enfermedades celiacas.
El artículo del Dr. Haas titulado “El valor de la banana en el tratamiento de la enfermedad celíaca” se convirtió en un éxito internacional, popularizando así la inclusión de la banana en las dietas y definiéndola como el primer superalimento. El resto, como se suele decir, es historia.
Parece, pues, que el primer superalimento llegó a nuestras cestas de la compra a golpe de marketing y ensayos clínicos aproximados. Sin embargo, de esto hace más de 100 años. Se supone que los avances científicos y tecnológicos realizados hasta nuestros días habrán acotado y precisado la definición de superalimento a su más exacta expresión… ¿Verdad?
Echando un vistazo bajo la capa y las mallas
En su página web, Wikipedia define el superalimento como “un término de mercadotecnia utilizado para referirse a ciertos alimentos que aparentemente proporcionan numerosos beneficios para la salud humana”. Vaya, parece que las cosas no han cambiado mucho desde los plátanos del Dr. Haas. Y es que, si hacemos una búsqueda simple de la palabra “superalimento” en cualquier buscador, aparecen más de 10 millones de resultados, en su mayoría blogs de salud o vendedores de suplementos alimenticios. Sin embargo, no existe una definición oficial, científica o legal, de la palabra “superalimento”. Ni siquiera los diccionarios se ponen de acuerdo. ¿Quiere decir eso que he suplementado mis comidas en chia, espirulina, granada o kale para nada? En absoluto.
Si bien los fabricantes de alimentos abusan del tirón publicitario del que disfrutan estos superalimentos, la comunidad científica lleva analizándolos desde principios del siglo pasado, separando el mito de la realidad y atribuyéndoles propiedades mucho más interesantes y benéficas de las que cabría esperar. Así, los investigadores hablan de “alimentos funcionales”, que se caracterizan por contener de forma natural o estar suplementados elementos que ejercen un efecto benéfico en la salud.
Por lo tanto, y aunque parezca una simple cuestión de semántica, la diferencia entre “superalimento” y “alimento funcional” es muy importante, ya que separa el artificio de marketing del producto beneficioso para nuestro cuerpo. Tanto es así, que la Unión Europea estableció una normativa común que prohíbe las atribuciones “falsas, ambiguas o engañosas” en las etiquetas de los alimentos. En este sentido, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria –EFSA, por sus siglas en inglés-, es la encargada de evaluar las características saludables o nutricionales atribuidas a los productos alimentarios, en un proceso que dura un mínimo de cinco meses. Tras esta fase de testeo, la EFSA rechaza más del 80% de las propiedades saludables supuestamente contenidas en alimentos.
Así que, por un lado, podemos estar tranquilos: si se dice que un producto es sano, es muy probable que lo sea. Sin embargo, por otro lado, no existe aún una legislación específica que regule los superalimentos. ¿Cómo estar seguro al 100% de sus propiedades? Gracias a nuestros amigos de la bata blanca.
Superalimentos: lo que dice la Ciencia
Muchos alimentos funcionales han pasado bajo el microscopio de la comunidad científica y, pese a algunas catástrofes míticas como el caso del zumo de arándanos rojos y las infecciones urinarias, algunos de ellos han revelado propiedades sorprendentes. Destacamos algunos que concentran un gran número de publicaciones científicas.
Arándanos negros
Contrariamente a lo acontecido con sus primos los arándanos rojos, estas bayas han sido ampliamente estudiadas desde finales de los años 90, por lo que sus propiedades se conocen bien. Ricos en antocianinas –polifenoles con capacidad antioxidante-, los arándanos negros poseen una capacidad vasodilatadora que podría potencialmente disminuir la hipertensión. Asimismo, en roedores alimentados con una dieta rica en grasas, los polifenoles de estas bayas reequilibraron su flora intestinal, mostrando una relación simbiótica entre estas moléculas y la microbiota intestinal.
Chía
Semilla comestible de la planta Salvia hispanica procedente de América Central, la chía es rica en ácidos grasos omega-3 y 6, aceites con capacidad reguladora del colesterol. En este sentido, un reciente estudio ha mostrado que el extracto de semillas de chía disminuye la hipertrofia de los adipocitos y reduce el número de macrófagos espumosos. Estas células anormales están implicadas en la formación de placas de ateroesclerosis, que a su vez son responsables de numerosas afecciones cardiovasculares. Las semillas de chía podrían, por lo tanto, ayudarnos a mejorar nuestra salud cardiovascular.

Granada
Fruta cultivada en España desde hace más de 6.000 años, la granada posee una gran capacidad antioxidante (por encima del té verde, el vino tinto o los arándanos), gracias a, entre otras, las punicalaginas, que son polifenoles de alto peso molecular propios a esta fruta. La granada ha sido objeto de numerosos estudios, sobre todo a partir del importante aumento de su cultivo a principios del siglo XXI, y se ha mostrado que la dieta suplementada en granada podría tener efectos benéficos para el sistema cardiovascular -protegiendo del estrés oxidativo-, así como reducir la migración de células tumorales o (esta vez sí) aliviar los trastornos urinarios femeninos. Sin embargo, una vez más, la mayoría de estos estudios han sido realizados en cultivos celulares o en ratones, si bien recientemente ha aumentado el número de ensayos clínicos. Por ello, sus propiedades en el ser humano están aún por ser demostradas claramente.
Mejor una “superdieta” que un superalimento
Si hay algo que recordar de este artículo, es que sí, los alimentos funcionales existen y tienen propiedades benéficas para nuestro organismo. Sin embargo, parece que el término “superalimento” puede llevar a ciertas personas a pensar que ingiriendo unos pocos alimentos podemos reemplazar una dieta más rica y variada. No nos engañemos: diversificar los ingredientes que añadimos en nuestras comidas es esencial, no solo para recibir todas las vitaminas y minerales necesarios para mantener nuestro cuerpo sano y en forma, sino también para evitar los niveles excesivos de algunos elementos. Así que, ¡superalimentos sí, pero en una “superdieta”!